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miércoles, junio 02, 2004

"La historia de la cara que se escapó de su cuerpo"
Érase una vez una cara que se escapo de la cabeza a la que daba identidad. No le gustaba lo que veía al pasar por lugares que le ofrecían una réplica de su faz en forma de reflejo. No le gustaba su aspecto seborreíco y cierta imagen suya frente a los espejos. Ni su propia imagen haciendo fuerzas en el baño. Ni ser un rostro hinchado o delgado dependiendo de la temporada de comilonas que el señorito que soportaba el careto estaba pasando. ¡No!¡No!¡No! Era de locos... imagínense un rostro apunto de enloquecer con una cabeza cuerda como telón de fondo... ya, sin pizca de sentido.
Transcurría un jueves veraniego. 35 grados a la sombra y, en algunos lugares, 35 grados al sol también. La metereología tiene esos caprichos. El rostro y el cuerpo al que pertenecía paseaban por la zona de los cafés de la ciudad... barrio con bancos, palomas y árboles de mil maneras. A los dos les gustaba merodear por ahí. Los dos, el rostro y el cuerpo, iban acompañados de Cecilia. Su rostro y su cuerpo se llevan bien, es por eso que se les puede llamar por un mismo nombre a ambas. Además, al rostro y al cuerpo enemistados, les gustaba por igual. Cuando estaban juntos el cuerpo era feliz y el rostro sonreía. No obstante, llegó la tragedia. El cuerpo de Cecilia, al que secundaba su rostro triste y malhumorado, propinaba un contundente bofetón al rostro cuyo cuerpo se desentendía de la situación, ¿Causa? Al rostro le dolió mucho aquello. Cecilia tenía sus motivos y sabía que él, y sus labios, no podían hacer nada ante las órdenes que, el cuerpo al que pertenecía, le mandaban realizar ante otros labios ajenos y fugaces a horas intespestivas y traicioneras.
Lo de la tarde había sido demasiado. El rostro no soportaba más. Le dolía la mejilla izquierda y de sobras sabía de la rojez que seguro todavía perduraba consigo. "basta ya", se decía a sí misma. Ese mismo jueves a la noche, aprovechando el adormilamiento cerebral del cuerpo, la cara se escapó, con sus ganas de sonreír, a otra parte. Tal vez para despedirse elegantemente de Cecilia y de su rostro y de esos labios a los que tanto le gustaba unirse. Puede que lo hiciera esa misma noche... y puede que esos rostros sonrientes que, tras una desilusión nos visitan en sueños, sean los causantes de reconciliaciones nefastas venideras. Poco se puede hacer ante rostros que se quieren. Ojalá salga todo bien.

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