En el nuevo sillón me cuelgan los pies

Una tarde o tal vez puede que fuera una noche, el joven un tanto desaliñado acudió a la cita. Ella estaba sentada y pudo verle entrar. Sonrío al verle, como cada vez. Él entró decidido y, al alcanzar la mesa en la que ella apoyaba su espera, sacó de sus bolsillos un gran número de papeles.
Eran cartas y cartas que ella le había estado mandando durante un largo tiempo. Todas ellas quedaban selladas por un beso y, ahora, el muchacho un tanto desaliñado, venía a cobrárselos todos... sin dejarse ninguno.

Y tú llorabas desconsolada bajo la lluvia buscando aquella mitad de nosotros...
Años y años después aún consigues, con tan sólo rememorarlo... cortarme la respiración.

Sé que no soy el mejor escritor de la historia (ni falta que me hace). Antes estabas tu, una jodida desconocida lo suficientemente normal como para pasar desapercibida, y yo, tres cuartos de lo mismo.
Nos miramos.
Perdón, te miré.
Hablan de ciegos, de borracheras, de comas y de puntos y aparte pero a mi todo me parece una gran gilipollecez.
Te miré y me ensoñé con una de tantas cabalgadas anónimas que nunca llegaran a ningun puerto... la frase es... hay tanta tanta gente en el mundo... y es cierto.