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lunes, mayo 23, 2005

Por lo que yo pueda recordar (que tampoco es mucho), cada domingo de mi vida, T.P. siempre me ha dado una propina. Ésta fue creciendo conforme mi cuerpo, mi voz y mis pensamientos iban cambiando. Cuando Hitman y los Argamboys dirimian mis días la propina andaría por los veinte duros. Los pitufos, Dartacan, Campeones... 150 pesetas... recuerdo coger un papel o (incluso) hacer la cuenta mentalmente. Las matemáticas elementales son lo mío (hasta que un ingeniero cualquiera y su extraña habilidad numérica me demuestran que no). Por aquellos tiempos de enanito, tenía la certeza que guardando toda mi propina, cada fin de semana, terminaría el año con un pastón. Recuerdo tener 20000 pelas y realmente no darle mucha importancia.
Recuerdo también los días, todavía no muy lejanos en los que ir hacia mi pequeña huchita en busca de supervivencia. Esta semana, tras unas semanas (puede que meses) de ausencia, la recibí de nuevo. No sé cuanto ha sido, si la de esta semana o la de todas las anteriores en las que la he echado en falta. Voy a mirarlo. Bueno, sólo la de esta semana.
Por estas cosas no me gusta el mundo de los mayores. Puedo ganar más en cuatro horas que en todo un año ahorrando con mi propina. Y el dinero se marcha antes de asentarlo en los bolsillos... se nos va de las manos.
El dinero es una puta mierda y no me importa que se marche... el mundo de los mayores es odioso. Todo tiene un precio.
Me gusta cuando recibo la propina. Me veo de pequeño y quien ahora no está, entonces sí lo está. Y todos somos más jóvenes y mantenemos la ilusión y la esperanza de un mundo de dibujos animados. Ahí los golpes no duelen y no existen las ojeras. Es un mundo divertido. Deberíamos darnos todos al pedo. Porque lo de cambiar el mundo... está jodido.

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